jueves, 15 de noviembre de 2012

Ella y yo hacíamos el amor diariamente,


Ella y yo hacíamos el amor diariamente, 
en otras palabras, los lunes, los martes y los miércoles hacíamos el amor invariablemente. 
Los jueves, los viernes y los sábados hacíamos el amor igualmente. 

Por último los domingos hacíamos el amor religiosamente, hacíamos el amor compulsivamente. 
Lo hacíamos deliberadamente. Lo hacíamos espontáneamente. 

Hacíamos el amor por compatibilidad de caracteres, 
por favor, por supuesto por teléfono, de primera intención y en última instancia, por no dejar y por si acaso, como primera medida y como último recurso, 
hicimos el amor por ósmosis y por simbiosis: 
y a eso le llamábamos hacer el amor científicamente.

Pero también hicimos el amor yo a ella y ella a mí, es decir, recíprocamente. 
Y cuando ella se quedaba a la mitad de un orgasmo 
y yo con el miembro convertido en un músculo fláccido no podía llenarla, entonces hacíamos el amor lastimosamente. 


Lo cual no tiene nada que ver con las veces 
en que yo me imaginaba que no iba a poder y no podía, y ella pensaba que no iba a sentir y no sentía, 
o bien estábamos tan cansados y tan preocupados 
que ninguno de los dos alcanzaba el orgasmo. 
Decíamos entonces, que habíamos hecho el amor aproximadamente.

O bien a Estefanía le daba por recordar las ardillas que el tío Esteban le trajo de Wisconsin que daban vueltas como locas en sus jaulas olorosas a creolina, y yo por mi parte recordaba la sala de la casa de los abuelos 
con sus sillas vienesas y sus macetas de rosas 
esperando la eclosión de las cuatro de la tarde…

Así era como hacíamos el amor nostálgicamente, 
viniéndonos mientras nos íbamos tras viejos recuerdos. 
Muchas veces hicimos el amor contra natura, 
a favor de natura, ignorando a natura,
o de noche con la luz encendida, o de día con los ojos cerrados,
o con el cuerpo limpio y la conciencia sucia o viceversa.


Contentos, felices, dolientes, amargados.
Con remordimiento y sin sentido.
Con sueño y con frío.
Y cuando estábamos concientes de lo absurdo de la vida y de que un día nos olvidaríamos el uno del otro, 
entonces hacíamos el amor inútilmente.

Para envidia de nuestros amigos y enemigos
hacíamos el amor ilimitadamente, magistralmente, legendariamente.
Para honra de nuestros padres, hacíamos el amor moralmente,
Para escándalo de la sociedad, hacíamos el amor ilegalmente.
Para alegría de los psiquiatras hacíamos el amor sintomáticamente.

Hacíamos el amor físicamente, de pie y cantando, 
de rodillas y rezando, acostados y soñando. 
Y sobre todo, y por la simple razón de que yo lo quería así y ella también, 
hacíamos el amor voluntariamente…

Jorge Bucay


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